domingo, 15 de octubre de 2017

Las que tardamos menos de 30 minutos en arreglarnos somos la resistencia

Hace varios días, una niña a la que le tengo mucho cariño me preguntó que si cuando era más jovencita era tan guapa como ahora y yo, a todo esto, descojonándome, porque nunca me he considerado guapísima de la muerte, siempre he dicho que soy del montón bueno.

Resultado de imagen de poco arregladaUna vez recuperada la seriedad le dije la verdad, “Mira, en los años en que yo iba al instituto, tenía la cara llena de granos, un pelo encrespadísimo y muy pocas ganas de mantenerlo a raya, llevaba braquets de punta a punta de mi dentadura (solo faltaba que por mi boca circularan los coches del escalestric), vestía con chándal todos los días porque me podía más la comodidad y no se me sumó lo de llevar las gafas de culo de botella porque meses antes había conseguido que me hiciesen las lentillas”. La cría que se quedó satisfecha, ¿tal vez aliviada?, con la respuesta, o bueno, eso pienso yo. Porque más de una seguro que agradece saber que no todo lo que se nos vende es real.
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Se supone que esta Barbie se va a dormir... Sin desmaquillar
Nunca he visto en un catálogo de juguetes a una Barbie (Cindy, Bratz, Nancy) con una estética en plan maruja o, simplemente, con ropa cómoda, si hasta cuando sacaban una de Barbie de “andar por casa” ésta iba con su camisón con encajes, un chándal con purpurina, jamás despeinada e incluso con el maquillaje de rigor (y sí, la del camisón, la que se va a dormir, también). Con la experiencia te das cuenta de que, si pones en práctica todos los métodos y momentos de maquillaje de Barbie, de la única forma en que puedes acabar es con unos ojos de oso panda, con un rastro que llega hasta las rodillas.
Pero la culpa de todo esto del ritual de acicalamiento intensivo, además de las muñecas que van pintadas como puertas, es de las dichosas series de TV de instituto. Compañeros tira que va, eran algo más normalitos, pero en Al salir de clase te vendían que con 17-18 años podías ir al instituto, tener un fondo  de armario increíble, llevar siempre una dentadura perfecta y, por tanto, ninguna necesidad de ponerte aparato, problemas y tiempo para cualquier cosa menos para estudiar y responsabilidades como trabajar en un bar después de las clases y compartir piso con otros adolescentes, sin planearnos ni siquiera cómo leches se las apañaban para pagar el alquiler, ese fondo de armario, las fiestas, las mechas y cortes de pelo etc. ¿Y el acné? Como si lo hubieran exterminado. Física o química ya fue el acabose, para qué hablar más.
Las películas rollo americanada de instituto también han tenido mucha culpa para que las adolescentes tengan esa presión de ir al instituto no como adolescentes, sino como mujeres: el mismo plan que Al salir de clase de “la vida es tan fácil cuando estudias y juegas a ser adulto a la vez”. Al menos no todo es así, hay películas como Chicas Malas que, a modo de parodia, explican la auténtica  fauna que se mueve por los institutos: las crueles abejas reina, las empollonas, las gorditas, las frikis asiáticas, las marimacho…, en esta cinta, el papel de la jodidamente estropeadísima Lindsay Lohan es buenísimo, porque se mete en la piel de una cría normal, ingenua, fuera de onda tirando a rarita y que defiende su gran personalidad, pero que inevitablemente acaba siendo absorbida por los cánones de belleza que marca esa sociedad estudiantil, terminando por ser, sin darse cuenta, una pequeña zorra materialista sin personalidad.
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(Al salir de clase) Se supone que estos eran "adolescentes"
Recuerdo como si fuera ayer mis días de instituto, todavía éramos muchas las que escapábamos de las frivolidades propias de mujeres adultas y sacrificábamos el maquillaje mañanero y el alisado de pelo con plancha por un rato más en la cama. Es que, joder, teníamos 15 años. Después se abrió ante nosotras el gran templo de Bershka, las que conseguían trabajo allí para las campañas de Navidad y rebajas eran las putas amas, porque comenzaban a tener ropa a gogó e iban divinas de la muerte, el resto éramos unas pringadas que no cumplíamos con el perfil de lo que empezaban a pedir nuestros círculos sociales y nuestra ropa ya era de risa. Hoy en día se siguen percibiendo lo que fuimos y en cuál de esos estratos o capas nos encontrábamos. Por ejemplo, yo sigo apurando mis horas de sueño, por lo que tengo que arreglarme para ir a trabajar en cero coma, por lo que el resultado de mi aspecto estético es normalito; a la hora de arreglarme para salir a cenar mi tiempo récord se equipara más a o menos al que tarda mi marido, así que haceos una idea…; y, generalmente, cuando tengo que ir a una boda o algo por el estilo, suelo ser como Juan Palomo: yo me lo guiso, yo me lo como, es decir, yo me maquillo, yo me hago el pelo. Las que, por el contrario, en sus años mozos tenían complejo de La Juani de Bigas Luna, hoy necesitan mucho más maquillaje, más modelitos, más uñas postizas y más (tiempo) de todo lo que tenga que ver con la chapa y pintura corporal, esto es como la droga, siempre necesitarán más.
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La resistencia 
Las que formábamos (y seguimos formando) la resistencia y representamos el tercermundismo del acicalamiento y la estética somos como las meigas: haberlas ailas, pero vamos quedando menos. 

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