miércoles, 28 de marzo de 2018

El diario de Elena


¿Habéis escrito alguna vez un diario? ¿Esas libretas para plasmar tus secretos más privados, con una mierda de candado y una llave que se dobla con solo mirarla como único método de protección para custodiar tales intimidades? Esa creo que es una de las cosas que nos condicionan a hacer a las niñas a partir de los diez años hasta que descubrimos lo absurdo y lo poco privado que puede resultar, cuando nuestra vida se vuelve realmente interesante. Aunque ahí tenemos a Bridget Jones, que sigue, un ejemplo más del condicionamiento social de que lo de escribir en diarios es "cosa de chicas". 

Yo, que lo guardo todo, encontré mi diario el otro día en el fondo del altillo del armario de mi antigua habitación, o sea, la de casa de mis padres. Pensé, “No recuerdo las gilipolleces que debe de haber ahí dentro, así que mejor llevármelo por si algún día las destapa alguien que se ponga a hurgar por ahí: mi madre, mi sobrina… Uff, vete tú a saber. Cógelo, no lo pienses y escóndelo en la mochila hasta llegar a casa y ponerlo a salvo en otro escondite. Luego ya verás lo que haces con él”. Y tras esa sabia reflexión, así lo hice.
Ya en casa comencé a leerlo. Durante una hora y… pude rememorar diferentes aspectos de mi vida desde el año 99 hasta el 2003, más o menos. Algunas cosas me hicieron gracia, otras, la mayoría, me avergonzaron. Menos mal que una con la edad cambia, no solo en sus expresiones (“me estoy rayando mogollón”, “estoy de bajón”, “no sé si le molo”… el repertorio es muy amplio), sino en formas de actuar ante situaciones que, ahora mismo, si pudiera, me daría un viajecito en el tiempo para decirle a la Yo de 14 o 15 años que se espabile, que no se le puede dar tanta importancia a las cosas que le daba ni se puede ser tan bacora, perdónenme la expresión, con ciertas personas y/o situaciones. Pero qué le iba a hacer, era, como tantas otras, una adolescente súper insegura y con una autoestima más bien tirando a bajita, y algunas cosas que ocurrían a mi alrededor no es que ayudaran. Solo agradezco no haber vivido mi adolescencia en la era del Internet y las redes sociales, sino no sé qué hubiese sido de mí.
Pero siendo sincera, me ha venido bien encontrarme con mi Yo pasado y su mundo. He podido comprobar que las costumbres adolescentes no se han desviado mucho. Sigue habiendo lo mismo solo que con el añadido de que vivimos en la era de la información y todo se sabe y se multiplica al instante: se sigue comenzando a fumar bien pronto por eso de hacerse la guay, sigue dándose el mito de la mejor amiga con toda la presión que conlleva, además de generar los principales enfrentamientos entre nosotras (algún día desarrollaré mejor esto), continuamos con la práctica de “pon un amor en tu vida” sea el que sea, la cuestión es que hay que estar enamorada, tener la mente y el corazón ocupados en alguien que a las dos semanas descubres que “no te mola nada” para volver a ocupar los pensamientos y martirizarte con otro; el ser adolescente conlleva el deseo de morir siempre o, al menos, cuando yo escribía en el diario era cuando más de bajón estaba y más mierda era mi existencia; lo que hoy conocemos como bulling o acoso escolar ya existía, solo que no se le daba la importancia que en realidad merecía, y la violencia de género entre adolescentes, aunque sea verbal, siento decir que también estaba; el ir a las sesiones light de las discotecas es lo más de lo más (aunque yo no tengo ningún recuerdo que me genere un enorme entusiasmo de todo ello, creo que lo que hacía escribiendo sobre eso era auto convencerme a mí misma de que tenía que gustarme) y ya paro, podría revelar un montón de cosas que evidencian lo patéticas que fuimos en algunos sentidos y que, por lo visto, siguen siendo las niñas de hoy. Sin embargo, si algo de bueno tuvo el tener un diario era que, al menos, el hábito de escribir (con sentido o no, ya es otra cosa) lo cogí y lo empecé a usar como mi hobby.

También me ha gustado recordar datos que ahora me llaman mucho más la atención que las peleas con mis amigos o los chicos que me gustaron. Datos curiosos sobre mí como que la firma que uso a día de hoy la comencé a hacer oficialmente en febrero del 2002, que mi primer móvil (marca Sagem, horroroso) me costó 9.900 pts. ¡¡¡pesetas!!!, que tuve un enorme trauma por empezar a llevar ortodoncia como parte de ese efecto 2000 o que en mi primer examen en el instituto saque la notaza de un 3,25, menos mal que luego remonté.
Eso de tener los recuerdos por fechas y ordenados cronológicamente suena muy emotivo, si no fuera porque en realidad me avergüenzo de algunos de esos recuerdos o de la forma que los afronté o los expreso en el diario.
Por eso, muy a mi pesar y por la seguridad de mi privacidad (solo faltaba que mi marido encontrara el diario y tuviese chistes para mí hasta nuestra vejez), tras leer y refrescarme sobre esa época de mi vida adolescente, arranqué las páginas para llevarlas al reciclaje de papel, con la esperanza de que se pueda crear algo mucho más productivo con ellas que recoger las memorias de una adolescente insegura.
Ahora puedo corroborar que cuando eres adolescente vives en un mundo de fantasía e intentas recordarlo así, porque en realidad no hemos sido ni tan guays, ni tan valientes, ni tan populares y ni mucho menos tan maduras como pretendemos reflejar en los diarios.
La verdad es que ha sido una auténtica lección de vida, una colleja de mi Yo pasado para que al menos procure evitar que mis hijos o sobrinas sean tan… así. Aunque creo que eso no se puede evitar. Por algo lo llaman “edad del pavo”. Al menos les aconsejaré que no escriban su vida en un diario, no vaya ser que la sociedad de un futuro post apocalíptico lo desentierre algún día y encuentre el verdadero motivo de la extinción humana.

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