miércoles, 25 de abril de 2018

El club de las chicas peludas


¿Cuándo comenzó el trajín este de la depilación? ¿A quién hay que
echarle la culpa de que, a día de hoy, miles y miles de mujeres seamos esclavas de la cera, la cuchilla y el láser? Pues, al igual que todos los males y manipulaciones hacia la mujer (y a los hombres) en esta vida, esta moda también tuvo su origen en la maldita publicidad, en este caso, todo comenzó con la revista Harper’s Bazaar, en su publicación de mayo de 1915, donde aparecía en uno de sus anuncios la imagen de una mujer con los brazos en alto y las axilas completamente despejadas, con el lema “La moda para el verano y el baile moderno se combinan para hacer necesaria la eliminación del molesto vello”, era una época en que los vestidos eran muy largos y no había necesidad de mostrar unas piernas depiladas, pero los tirantes ya comenzaban a imponerse en la moda y con ello, la necesidad de mostrar un canon de belleza que relaciona directamente la ausencia de vello con la belleza (ehh, juego de palabras) y ya el colofón final y la confirmación de ese ideal de belleza llegó con la moda pin up de los años 30, una moda en la que la mujer por fin era libre de mostrar su cuerpo y vestirse como jamás se había pensado, quitándose unas cadenas, pero colocándose inmediatamente otras que también pesan mucho, las de cómo se supone que debemos mostrarnos ante el mundo para parecer mujeres femeninas y sexys. Una vez más, volvemos a caer en la trampa.

Después de este rollo introductorio pero necesario, y viajando muchos kilómetros en tiempo, llegamos al ahora, al siglo XXI, en el que se ha producido un despertar de las mujeres, se ha retomado el camino del feminismo que quedó algo olvidado tras sus avances en los años 70 y la revolución sexual. Se están tocando principalmente los temas laborales, pero al final hay muchas otras quejas que resurgen.
El problema del mito de la belleza ya lo tocó en su momento Naomi Wolf en 1990 con bastante éxito, pero ahora parece haberse fortalecido su teoría de que las mujeres, conforme vamos logrando éxitos laborales, se nos exige una perfección imposible de nuestra imagen, volviendo a ser presas del sistema patriarcal en otro nivel. Ahora tenemos las redes sociales que nos ayudan a conocer estas teorías que antes ignorábamos. Las redes sociales también ponen en marcha movimientos como el del Club de las Chicas Peludas. Ellas se definen como “Amigas del Primo Eso de la Familia Addams y defensoras de la libre expresión del bello vello”. Aquí dejo el enlace con las experiencias de estas mujeres que han decidido no depilarse, a modo de intentar convencer al mundo de que los pelos están por algo y que no tienen por qué dejar de hacernos parecer sexys o menos mujeres, cuando en realidad se trata de una “norma” que nos impusieron hace solo 100 años, vendiéndola como el estereotipo de belleza ideal:  

La verdad es que parezco muy valiente reivindicando y quejándome de la imposición de la depilación, cuando en este momento llevo las piernas y las axilas completamente depiladas. Pero es que, al igual que les ocurre a otras mujeres que también piensan que la depilación, más que belleza es esclavitud, llevamos tanto tiempo siendo adoctrinadas y viendo eso de depilarse como “lo normal” y “lo femenino”, que ahora resulta muy difícil y violento salir a la calle en pantalón corto y las piernas llenas de vello. A mí al menos me produce mucha inseguridad. Muchas de las mujeres de este Club, hartas de ingles en carne viva, poros sangrantes y pelos enquistados, decidieron comenzar por dejarse de depilar las axilas y luego, poco a poco ir dejándose crecer otras zonas.
Yo me considero una persona peluda, lo he sido desde el principio:
con 12 años, en clase de gimnasia rítmica, una compi me dijo que se me veían pelitos por las ingles (llevaba maiot), yo me moría de vergüenza y en cuanto llegué a casa le pedí a mi madre que me pusiera la crema depilatoria por esa zona porque no pensaba volver a clase de gimnasia así. Madre mía, qué hice, fue el inicio de mi esclavitud, porque luego fue el mostacho, siguieron las axilas, y con las piernas aguanté decolorándomelas con agua oxigenada, hasta que a otro niño se le ocurrió decirme un verano que mis piernas parecían las de Ricitos de Oro. Dios, qué mal, ahora ya sí que estaba pillada, pillada y con la teoría de que “con la cuchilla salen más y más gordos”, me convertí en una experta en el masoquismo de los tirones de cera. En una ocasión también me dijo alguien algo de los pelos de brazos pero le contesté educadamente que se los depilara él o su padre, por ahí sí que ya no pasaba, por fin me decidía a poner un freno, una barrera, tarde y después de llevar un tiempo depilándome medio cuerpo, pero por fin salió un NO de mi boca. Sin embargo, lo digo otra vez, es muy difícil dejar de depilarse cuando ya lo tienes tan interiorizado, mi ritual de las mañanas es revisarme la barbilla para buscar esos pelitos antiestéticos heredados de mi abuela paterna y arrancármelos con la pinza, no puedo prescindir de eso, ¿cómo voy a hacerlo con las piernas? Pero sí que es cierto que me he “relajado” en el sentido en que si en invierno no me apetece depilarme, pues no lo hago. Pero eso es trampa, porque en invierno los pelos no se ven, es una lucha falsilla.
Las auténticas heroínas son las que han pasado de todo y a día de hoy aguantan miradas y comentarios para volver a normalizar algo que siempre había sido normal (hasta que Harper’s Bazaar tuvo la genial
idea de sacar una foto de una tía con las axilas depiladas). Y no se trata de imponer los pelos, no, porque si no seríamos como ellos, los que controlan la imagen y la estética ideal (digo ellos, porque claramente son hombres), se trata de ser libres para llevar nuestro vello como queramos, sin sentirnos menos mujeres por decidir no depilarnos, ni esclavas del patriarcado si decidimos que nos gusta más nuestras piernas sin pelos. Lo ideal ha de ser eso, considerarnos bellas para nosotras mismas, no para los demás.
Yo no me voy a llevar el premio “Primo Eso”, desde luego, estoy demasiado “contaminada” ya, pero alabo y me inclino hacia el valor de esas mujeres del Club de las Chicas Peludas que defienden su ideal de belleza y comodidad, que no deberían estar reñidas.
¡Olé vuestros pelos! ¡Olé NUESTROS pelos!

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